Los intelectuales y artistas del siglo XIX actuaban guiados por la confianza en el progreso, en la premisa iluminista de que las sociedades avanzaban al compás de la razón y de una continuidad sin sobresaltos entre el orden tradicional y el cambio. Esa confianza se quebró en la primera mitad del siglo XX, en el marco del derrumbe del orden liberal, y cada rama de la producción cultural –música, literatura, artes plásticas, arquitectura, psicoanálisis y pensamiento político– se rehizo a sí misma en un gesto de ruptura definitiva con el pasado. La Viena de comienzos de siglo es el laboratorio donde este proceso adquiere la intensidad de un estallido.