Instalado en Francia desde finales de los años cuarenta del paso siglo, Zao Wou-Ki ha sabido unir, como ningún otro, la sabiduría de la pintura y de la caligrafía china con la experiencia individualista y subjetiva de la abstracción occidental. Impresionado por la pintura de Paul Klee e impulsado por Henri Michaux y André Malraux, dos de los intelectuales más activos de la posguerra francesa, Zao Wou-Ki no ha dejado de profundizar durante más de cinco décadas en su particular viaje introspectivo. Toda su obra parece restituir un inmenso paisaje interior, no exento de disonancias y sombras.