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Lloró por primera vez hace cuarenta años, en una ciudad de la periferia de Barcelona.
Un tiempo después olvidó cómo llorar y cómo hablar. Lo que sí recordaba era cómo dibujar, así que dibujaba las palabras que no le salían y las lágrimas y los gritos que se había tragado. Y también soles, brujas, casas, princesas y monos.
Eso fue hace mucho tiempo y ahora solo se olvida de hablar a ratos y ha aprendido a llorar de muchas maneras diferentes. Incluso ha inventado algunas nuevas, por ejemplo haciendo el pino.
Un día descubrió que podía ir a una escuela para aprender a ser ilustradora y se tiró de cabeza. Era una escuela mágica, cree. Así que aún dibuja y ahora también lo hace para ganarse la vida.
Empezó diseñando estampados para ropa, pero ahora lo que más hace es ilustrar cuentos e incluso a veces se atrevo a escribirlos.
También dibuja para llorar, cuando no le sale, o para hablar, cuando no encuentra las palabras. Muchísimas veces lo hace para jugar.
Le gusta cuando se inunda la casa y hay que improvisar barcas con los muebles.
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