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El estado contra la democracia

El estado contra la democracia

  • Año de edición 2021
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A ti como a mí nos han enseñado que la democracia es una invención occidental, que se la debemos a los antiguos griegos y que más tarde fue resucitada y perfeccionada en los siglos XVII y XVIII tanto en Europa como en Estados Unidos. Todo muy bonito. Y muy irreal. Porque no fue la «cultura occidental» la que hizo aparecer y prosperar la democracia. Ante todo, no debemos olvidar, tal como expone y disecciona David Graeber con extraordinaria lucidez, que si entendemos la palabra «cultura» en un sentido antropológico, todo parece indicar que la cultura occidental no existe. Y si entendemos la palabra cultura como sinónimo de Alta Cultura, no es difícil corroborar hasta qué punto, en tanto que adalides del Estado, esas élites políticas, económicas y artísticas, tanto en Occidente como en Oriente, se opusieron históricamente de manera firme y constante a la auténtica democracia (que identificaban con el poder caótico de la turbamulta). Por el contrario, David Graeber sostiene que la democracia solo nace y solo vive al margen de los sistemas de poder: tiene mucho más que ver con las prácticas de las comunidades fronterizas (ya sea en la Islandia medieval o en la Chiapas contemporánea, entre las tripulaciones de los buques piratas o en las confederaciones nativas americanas) que con el aparato coercitivo del Estado. Al fin y al cabo, en una sociedad como la nuestra, basada en las desigualdades materiales, el Estado es, en esencia, un mecanismo que, mediante el monopolio de la violencia, asume la protección de los bienes y la contención de las «masas» a las que la democracia real podría empoderar. Una poderosa reflexión que nos invita a cuestionar de forma radical nuestros sistemas políticos y su influencia en todos los ámbitos de nuestras vidas.

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A ti como a mí nos han enseñado que la democracia es una invención occidental, que se la debemos a los antiguos griegos y que más tarde fue resucitada y perfeccionada en los siglos XVII y XVIII tanto en Europa como en Estados Unidos. Todo muy bonito. Y muy irreal. Porque no fue la «cultura occidental» la que hizo aparecer y prosperar la democracia. Ante todo, no debemos olvidar, tal como expone y disecciona David Graeber con extraordinaria lucidez, que si entendemos la palabra «cultura» en un sentido antropológico, todo parece indicar que la cultura occidental no existe. Y si entendemos la palabra cultura como sinónimo de Alta Cultura, no es difícil corroborar hasta qué punto, en tanto que adalides del Estado, esas élites políticas, económicas y artísticas, tanto en Occidente como en Oriente, se opusieron históricamente de manera firme y constante a la auténtica democracia (que identificaban con el poder caótico de la turbamulta). Por el contrario, David Graeber sostiene que la democracia solo nace y solo vive al margen de los sistemas de poder: tiene mucho más que ver con las prácticas de las comunidades fronterizas (ya sea en la Islandia medieval o en la Chiapas contemporánea, entre las tripulaciones de los buques piratas o en las confederaciones nativas americanas) que con el aparato coercitivo del Estado. Al fin y al cabo, en una sociedad como la nuestra, basada en las desigualdades materiales, el Estado es, en esencia, un mecanismo que, mediante el monopolio de la violencia, asume la protección de los bienes y la contención de las «masas» a las que la democracia real podría empoderar. Una poderosa reflexión que nos invita a cuestionar de forma radical nuestros sistemas políticos y su influencia en todos los ámbitos de nuestras vidas.
  • Formato
    Impreso
  • Estado
    Nuevo
  • Isbn
    978-84-17800-96-3
  • Peso
    0.23 kg.
  • Tamaño
    14 x 21 cm.
  • Número de páginas
    144
  • Año de edición
    2021
  • Edición
    1
  • Encuadernación
    Rústica
  • Referencia
    TNE10140
  • Colección
  • Código de barras
    9788417800963