El último cuarto del siglo XX fue el escenario de una -gran vuelta hacia el pasado-. La temporalidad, la historia y la memoria, fueron ejes de debates académicos importantes en el seno de la historia y de la filosofía. Pero también fueron indicadores de un cierto malestar cultural con el presente, que obligaba a abordar de manera reflexiva aquello que entraba en juego en ese giro hacia el pasado. Si la primera alarma sonó en las tiendas de los filósofos de la historia y de los historiadores, pronto se vio que las otras formas de traer el pasado al presente obligaban a interrogar a fondo nuestro presente y, para quien se atreviera, a repensar nuestro horizonte de futuro.