En la segunda mitad del siglo XX nos hemos hecho conscientes de un acontecimiento histórico singular: la aparición de la biosfera como una entidad finita, vulnerable y amenazada por la acción humana. Aunque desde su mismo origen los seres humanos han alterado la naturaleza -y la biosfera y los grupos humanos han coevolucionado durante decenas de miles de años-, las sociedades industriales poseen un poder de intervención sobre la naturaleza que carece completamente de parangón con las modestísimas capacidades de todas las sociedades preindustriales.