La implosión del socialismo de Estado y la confirmación del mercado como un mecanismo necesario para la prosperidad económica contribuyeron a extender la idea de que el capitalismo era la única opción razonable para organizar la vida productiva de cualquier sociedad. Parecía que la humanidad había llegado al -fin de la historia- de los sistemas económicos. Al mismo tiempo, las más acreditadas teorías de la justicia de las últimas décadas nos permiten confirmar la intuición central del pensamiento socialista desde sus orígenes: el capitalismo no es capaz de satisfacer de manera suficiente los más básicos e innegociables principios de la justicia social.