Una parte de la clase política que integró los diferentes bandos de la compleja primera mitad del siglo xix español había madurado trabajando al servicio de Carlos IV y de su padre Carlos III; otros, más jóvenes, se habían formado en las universidades absolutistas. Respaldada por la monarquía, la élite administrativa e intelectual de la España de finales del xviii y principios del xix honraba ya a sus héroes, amaba a su patria y se sentía parte de una nación, si bien tutelada por la Corona. La extensión de conceptos como los de ciudadanía, mérito y amistad venían socavando los tradicionales valores del Antiguo Régimen para establecer vínculos horizontales entre los servidores del bien común.