Como profesores de lengua, el nuestro no es el arte de «enseñar», sino el arte de «no enseñar» la lengua: el arte de promover y gestionar una comunicación genuina que facilite a los alumnos adquirir las competencias que les permitan establecer, regular y mantener sus relaciones personales. Cuando decimos «lengua», queremos decir «comunicación»; y cuando decimos «comunicación», estamos refiriéndonos a todo eso que hacemos para relacionarnos con los demás. En realidad, por tanto, la lengua no se puede enseñar: más bien, hay que experimentarla, hay que hacerla.