El desafío del nihilismo fue uno de los motores de la modernidad en las primeras décadas del siglo XX. La desfundamentación de ideas y valores explicaría las dosis de pesimismo, desazón vital y desorientación que posee no poca de la mejor literatura de esos años, y a la vez estaría en el origen de la explosión creativa de las vanguardias. Estas plantaron cara a la crisis de su época promoviendo una redefinición del rol del escritor, con una estética lúdica, juvenil, jovial y vitalista compatible con el descreimiento de trascendencias y que ofrecía una alternativa al lamento y la pesadumbre. El libro toma como caso de estudio la literatura española de entreguerras.