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Una aventura a caminar por los senderos de la filosofía analítica

Daimón Revista Internacional de Filosofía, medio especializado y reconocido en filosofía del lenguaje, publicó una reseña de “Hacer mundos: el nombrar y la significatividad” escrita por la Dra. Angélica Rodríguez.

Una aventura a caminar por los senderos de la filosofía analítica

Por: Dra. Angélica Rodríguez - Daimón Revista Internacional de Filosofía

jueves, junio 14, 2018

En su artículo ¿Qué fue la filosofía analítica?, el profesor Alejandro Tomasini nos habla respecto de nuestra labor como estudiosos de esta forma de hacer filosofía. Plantea que “hace ya algunos años que la escuela analítica murió o, por lo menos, fue silenciada. No obstante —continúa el autor— creo que la filosofía analítica puede ser el Ave Fénix capaz de hacer florecer la investigación filosófica en los países de habla española y llevarla a las cumbres, por las que hasta ahora muy pocos viajeros se han aventurado” (p. 36). Del mismo modo, lo ha llegado exponer Guillermo Hurtado al afirmar que es preciso que en Latinoamérica se vuelva a los orígenes de este modo de hacer filosofía, es decir, que se conciba “como una filosofía revolucionaria y liberadora, puesto que,—continúa el autor— con el paso del tiempo, a la vez que se expandía por el mundo entero, se fue convirtiendo en una filosofía domesticada y escolástica” (166). 

Pues bien, es precisamente esto lo que hace el profesor Freddy Santamaría en su obra: Hacer mundos: el nombrar y la significatividad; aventurarse a caminar por los senderos pedregosos de la filosofía analítica, renacer, como el Ave Fénix, de las cenizas que quedan de la herencia anglosajona; iniciarse en la meta-filosofía (como lo expone Tomasini) con una reflexión sobre el lenguaje en los diferentes tipos de discurso. 

La obra de Santamaría nos presenta una investigación seria en el campo de la filosofía analítica, un trasegar histórico en los estudios analíticos con el fin de plantear un aporte en torno al problema de la significatividad y contribuir en la filosofía analítica que se desarrolla la comunidad hispanohablante. Ello, siempre y cuando se tengan por ciertas las palabras de Tomasini, puesto que, en los países de habla hispana —en especial en Colombia y Latinoamérica- no son muchos los avances que se han presentado en este campo del saber, o al menos ignoramos, en gran parte, los procesos que se están gestando en nuestras academias sobre estudios del lenguaje, lo anterior se justifica en la escasa producción que se publica en español y que circula en las redes del conocimiento de las comunidades especializadas en esta arista de la filosofía. Es decir, hacemos filosofía analítica latinoamericana en un idioma que no es propio de dicha cultura. Y no se trata de menospreciar el inglés, idioma nativo de los estudios analíticos, sino de apostar por una producción más original y propia. 

Hace apenas un par de años, el profesor Searle me preguntaba acerca de la concepción colombiana sobre su filosofía, y, en general, sobre la forma en que en nuestro país se abordan los estudios de filosofía analítica, pues tenía la percepción de que las escuelas de filosofía en Latinoamérica estaban fuertemente influenciadas por la fenomenología de occidente. Recuerdo que le respondí que en las últimas décadas, en gran parte de nuestras academias de filosofía, germinaba una fuerte tendencia a realizar estudios en el campo de la filosofía analítica; sin embargo, el profesor de Berkeley cuestionó mi respuesta apoyándose en la escasa producción que Colombia referencia en este campo del conocimiento; mencionaba también que los estudios que había visto en la red no pasaban de ser trabajos que “presentaban a línea seguida el pensamiento de Frege, Wittgenstein, Austin, Searle, entre otros” y enfatizaba en que no veía una producción propia, un filosofar “un análisis propio de los problemas de la filosofía abordados desde el estudio del lenguaje; asimismo — exponía Searle— no se evidencia en el ámbito académico un ejercicio que adopte la analítica como un camino, como una forma de pensamiento para comprender los problemas de la filosofía. Te lo digo sin conocer la manera como trabajan la filosofía en tu país, porque en verdad nunca he estado en Latinoamérica en lo que a cuestiones de filosofía se refiere”*. Ante su respuesta, no tuve otro camino, más que darle la razón, pues nuestras producciones apenas presentan estudios que, si bien son rigurosos, no son más que análisis de las obras de autores reconocidos; pocas llegan a ser propuestas originales en este campo de la filosofía. Al menos así se ve, o bien porque no hay publicaciones destacadas o bien porque la difusión de las mismas no es tan amplia como en otras escuelas. 

Pues bien, ante el cuestionamiento de Searle, y luego de realizar la lectura de la obra del profesor bogotano, hoy puedo decir que, tal vez, sea más lo segundo que lo primero; es decir, que en nuestro país sí se están realizando procesos de investigación en esta área y aportes valiosos y pertinentes para la discusión en las comunidades del exterior; por lo cual, se hace urgente adoptar medidas para mejorar la difusión de las obras que cumplen con los requisitos para ser consideradas como un aporte valioso en el campo de la filosofía analítica. 

Lo anterior se sustenta en que en esta obra, el autor va más allá de las comprensiones del pensamiento de los grandes exponentes de la corriente analítica; puesto que, se atreve a proponer su propia teoría de la significatividad, lo que se puede considerar como un florecimiento de la investigación en filosofía analítica en nuestro país. Santamaría adopta en su tesis una concepción más amplia en la teoría del significado, la cual llega a ser de gran utilidad cuando se abordan nombres carentes de referente, nombres que si bien el autor los analiza en el campo de la ficción, también pueden aparecer en otro tipo de discurso. En otras palabras, la investigación realizada por Santamaría abre la bifurcación en tono al tema de la significatividad para quienes nos interesamos por los problemas del lenguaje, razón por la cual, considero pertinente presentar la obra en esta breve reseña. 

Hacer mundos: el nombrar y la significatividad, podría decir, como lo expone Mauricio Beuchot en el prólogo del mismo, nos permite ver “un agudo tratamiento de los problemas de la filosofía del lenguaje, sobre todo en el ámbito de la filosofía analítica: el de los nombres y sus significados” (Santamaría,2016, p.19). Y es que Santamaría no solo nos presenta, de forma crítica y argumentada, un recorrido por los principales representantes de esta corriente en la filosofía —desde Frege hasta Searle— sino que, además, plantea soluciones al mismo, al abordar temas como el sentido, la referencia, las descripciones, la ostensión, la intensión y extensión de los enunciados, entre otros cuantos; problemas de la filosofía analítica que el autor presenta como sustento de su rigurosa investigación. 

A partir del diálogo conceptual, propuesto por el profesor Santamaría, sus lectores nos adentramos en una nueva teoría de la significatividad; una teoría que amplía los límites de la comprensión del lenguaje; ya que, el autor estudia y analiza el significado no de los enunciados básicos de la ciencia, como lo hizo la tradición, sino de los nombres de ficción, para lo cual, fundamenta sus tesis en los autores más destacados de este flujo de pensamiento, construyendo su vértebra central en los argumentos de la filosofía de Wittgenstein. 

El profesor inicia su investigación a partir de la inspiración heredada de Borges, con la cual se adentra en el análisis de los discursos de ficción; nos induce a pensar desde la filosofía analítica las cuestiones borgianas, sólo que ahora la cuestión expresada por Borges en la pregunta: “¿Cómo es posible que personajes como Jim Hawkins, don Quijote u Odiseo no sean más que una “hilera de palabras inventada” por los genios de Stevenson, Cervantes y Homero?” (Santamaría, 2016, p.27) se aborda desde una nueva pregunta expuesta por Santamaría: “¿Qué hace que nombres como “Odiseo”, “Hamlet” o “Sherlock Holmes” sean significativos para un oyente si tales nombres no cuentan con referente alguno?” (Santamaría, 2016, p.27); concepción que más que cuestionar la pregunta borgiana nos incita a considerar a tales nombres como algo más que una mera “hilera de palabras”. Este es el punto de partida de la investigación del profesor, quien da por hecho que tales nombres son significativos para quienes los escuchan y emprende la tarea de demostrar de forma clara y argumentada su tesis, con la cual, entra en tensión con la teoría clásica de la referencia, hasta puntualizar su propuesta que ensancha la comprensión del problema de la significatividad.

La estructura de la obra 

Hacer mundos: el nombrar y la significatividad es una obra que presenta una estructura zigzagueante, ya que, el autor para realizar el análisis de oraciones, cuyos sujetos son nombres de ficción —nombres vacíos por carecer de referencia— presenta sus argumentos de forma oscilante entre la propuesta del atomismo lógico y la filosofía del lenguaje ordinario, siendo esta última la que le permite sustentar los propios lineamientos que irrumpen con la semántica clásica que propende por un significado sustentado en las condiciones de verdad de los enunciados proferidos. Asimismo, podría decirse que la estructura del libro, pese a presentarse en una división de cuatro capítulos, se puede reducir a dos grandes partes. Una primera parte que reúne los dos primeros capítulos (y parte del tercero), en la cual presenta el problema de los nombres, el problema de las descripciones y la referencia, y la teoría de los juegos del lenguaje de Wittgenstein; y una segunda parte, que corresponde a parte del tercer y cuarto capítulo, en la que sustenta a partir de rutas, reglas y tejidos la significatividad de los nombres de ficción y la construcción de nuevos mundos, a partir del uso del lenguaje. Es realmente en su último capítulo que el autor nos presenta de forma novedosa, cómo desenmarañar los tejidos de la ficción en los mundos que se entretejen en los textos; mundos en los cuales, los elementos presentados por la filosofía de Wittgenstein en sus Investigaciones y de Searle en Actos de habla, le permiten al autor considerar al mundo de ficción como una creación del “reino de lo deseable”. Podría decirse, que es en esta segunda parte de su libro en la que Santamaría presenta una apuesta por el pragmatismo del lenguaje, siempre y cuando se entienda por “pragmatismo” el uso correcto del lenguaje, bajo el seguimiento de las reglas que un determinado juego lingüístico impone a sus hablantes y que permite garantizar la significatividad de los enunciados en los discursos de ficción; ya que, “El discurso de ficción es un discurso válido y con significado en ciertos universos lingüísticos” (Santamaría, 2016, p.222). 

Pues bien, el recorrido por la discusión clásica del problema de los nombres, es abordada por el autor en el primer capítulo. En este, Santamaría expone de manera clara —desde Frege hasta Russell— la teoría de los nombres y las descripciones, es decir, se inicia en el camino de la lógica fregeana y la apuesta de Russell por los verdaderos nombres propios. Nuestro autor presenta en este capítulo una introducción de lo que considera los pilares de la filosofía analítica que sostienen el problema de la significatividad. Su pretensión no es otra que sentar fundamentos para construir su propia tesis; por lo cual, aborda la significatividad de los nombres desde la extensión referencial —como el particular al que el nombre señala— pasando así por los albores de la filosofía del pensador alemán con el fin de mostrar que, en los lineamientos de la filosofía analítica de Frege los nombres de ficción son carentes de significado. 

El diálogo que presenta entre las teorías de Frege y Russell le permite, al profesor bogotano, concluir que, “los enunciados donde aparecen nombres de entes de ficción, nombres sin referente, nombres que, como “Ulises”, “Hamlet”, “Quijote”, “Zorba”, “sirena” o “unicornio”, para Frege claramente tienen un sentido, puesto que tienen una intención y ella es suficiente para la significatividad del nombre” (Santamaría, 2016, p.52), mientras que, para Russell, “los nombres de ficción no son verdaderos nombres”. Esta última postura luego la refutará al criticar a Russell, ya que, para Santamaría —siguiendo a Goodman— “los nombres no funcionan como etiquetas” y el valor veritativo no puede ser la única condición que garantice la significatividad de los nombres. La interpretación que nuestro autor presenta de las teorías de Frege y Russell podría tildarse como desafiante a la lectura tradicional que se ha realizado de los mismos, a tal punto que muestra alterativas de comprensión diferente a las exponen estudiosos de Frege, como Evans (1982), para quien, desde su lectura del pensador alemán, tal vez no se podría alcanzar la significatividad de los nombres de ficción, puesto que serían enunciados cuyo valor veritativo sería falso. 

En el segundo capítulo: “Los senderos que se bifurcan: las teorías descripcionistas y las teorías de la referencia directa”, el autor ahonda en la influencia que han tenido las teorías de Frege y Russell en la tradición analítica posterior e inicia un diálogo con otros pensadores. Autores como Strawson, Wittgenstein y Searle le permiten afirmar que “el significado de un nombre no es su referente sino el conjunto de reglas, hábitos y convenciones, es decir, el contexto que tiene el nombre” (Santamaría, 2016, p. 34). Apoyado en los hombros teóricos de estos autores, el autor expone sus propios argumentos y analiza oraciones, en las cuales los nombres usados carecen de referente, para pasar a mostrar que, pese a que carecen de valor de verdad, tales oraciones no dejan de ser significativas. 

Es en este capítulo, en el que Santamaría da sus primeras puntadas para la urdimbre que anhela tejer. Tal vez por ello, explora los planteamientos de Kripke y Putman, quienes afirman que la significatividad de un nombre se halla en la extensión y no en la intensión, como lo creía la escuela clásica. Es precisamente, en este apartado de su obra, en la cual, el autor selecciona estratégicamente a quien le acompañará en sus argumentos: Wittgenstein, con el fin de empezar a mostrar que “el significado de un nombre es el cúmulo de descripciones, de apoyos, con los que cuenta”. 

Wittgenstein será entonces quien, desde sus Investigaciones, le proporcione a Santamaría herramientas conceptuales para abordar el tema de la significatividad en los nombres de ficción. Por ello, no en vano le menciona en el título de su tercer capítulo: Wittgenstein y la perfecta significatividad de los nombres de ficción. Es precisamente este apartado el que le permitirá a nuestro autor dilucidar su problema. Valga aclarar que, si bien Wittgenstein nunca trabajo propiamente el problema de la significatividad de los nombres de ficción, si postuló unos lineamientos en torno a los juegos del lenguaje y las reglas que regulan cada universo lingüístico; elementos que Santamaría aprovecha a la hora de sustentar su tesis. En este sentido, se puede observar el Zigzagueo entre los criterios meramente veritativos y los criterios de aceptabilidad, con lo cual, el autor propone ensanchar los límites de la teoría de la significatividad, al afirmar nuevos criterios para avalar el significado de un nombre: contexto y usos del lenguaje son suficientes para garantizar la significatividad de este. 

En este apartado, Santamaría retoma algunos planteamientos expuestos en el primer capítulo, a la luz del análisis de algunos enunciados con nombres de ficción, y realiza una apuesta mayor, apoyado en las teorías de Wittgenstein —a través del uso del lenguaje— no solo en el problema de la significatividad de los nombres de ficción, sino sobre la existencia de estas entidades, un problema en el que, además del análisis lingüístico, realiza un análisis epistemológico y ontológico, puesto que en palabras del autor “los problemas de la existencia son problemas que se dan y aprenden dentro de un juego del lenguaje” (Santamaría, 2016, p.219). En otras palabras, Santamaría sustenta un modelo de existencia de los entes de ficción en un universo lingüístico: la literatura; así las proposiciones cuyo sujeto carece de referente y que desde la teoría clásica de la verificación serían falsas y sinsentido, pueden llegar a ser verdaderas y cargadas de sentido en medio de una comunidad de hablantes que usa el lenguaje de ese universo lingüístico en particular. Lo anterior, dado que, para el autor, “La verdad o falsedad no es un criterio necesario para salvaguardar la significatividad de mis enunciados, todo lo contrario, la respuesta (en este caso falsa) es credencial de mi universo lingüístico” (Santamaría, 2016, p. 221). 

En esta línea demarcada por Santamaría se logra develar una pretensión mayor, que consiste en transpolar su análisis del lenguaje al terreno de los discursos literarios, dejar de lado el análisis de los enunciados científicos, y empezar a desenmarañar los significados de los enunciados de ficción, a partir del reconocimiento de los elementos que regulan este nuevo “mundo”. Es así como, la concepción Wittgenteiniana de “juego” le permite al autor adoptar una posición pragmática del lenguaje para “hacer mundos”, y aventurarse a hablar de “un posible mundo 3”, en el que la teoría de las descripciones acaba por sustentar su realidad: el mundo de ficción/ el mundo literario. Un mundo creado a partir del uso del lenguaje; por el compromiso asumidos por los hablantes partícipes que habitan este nuevo universo lingüístico. 

Sin embargo, cabría resaltar, que pese al intento clarificador que realiza Santamaría en su obra, hay un problema que el autor no aborda claramente y es el problema de demarcar la diferencia entre el significado y la significatividad. Un problema que demarca límites para las comprensiones, pues si bien en su título habla de la significatividad de los nombres, y en gran parte de la obra así lo trabaja, hay espacios en los que se toma indistintamente “significado” y “significatividad”, términos que si bien están en íntima relación no se pueden tomar como lo mismo. 

Al respecto, es preciso aclarar que. La noción de “significado” ha estado anclada a un uso muy técnico en la filosofía del lenguaje, puesto que se refiere al valor semántico, la cual, está ligada a las contribuciones que se atribuyen al nombre en la determinación del contenido de una expresión X. 

Podría decirse, entonces, que el significado de un nombre propio, sea “Ulises” o “Quijote” será siempre determinante de las condiciones de verdad de la afirmación en la que se usa el nombre. Por su parte, en lo que refiere a la noción de significatividad, podría decirse que es mayormente amplia y vaga, puesto que, permite además de lo mencionado, la inclusión de elementos no semánticos, es decir, elementos pragmáticos, como lo propone el autor. Esta diferencia no es clara en la obra reseñada. 

Pese a lo anterior, vale la pena resaltar que el intento por realizar filosofía analítica de calidad en Colombia y para Latinoamérica es un hecho que se evidencia en la investigación de Santamaría, no solo porque el autor logra ampliar las fronteras en las teorías de la significatividad, sino porque en su análisis lingüístico aborda planteamientos de orden epistemológico y ontológico desde la pragmática del lenguaje; además de avanzar y alcanzar la pretensión de su autor de cabecera, Wittgenstein, al decir y mostrar. En este punto, coincido con las palabras de Beuchot cuando afirma que: 

El profesor Santamaría en su texto ha mostrado una dedicación muy profunda a la filosofía analítica, principalmente en la figura de Wittgenstein. Este gran filósofo separaba el decir y el mostrar. Me parece que el trabajo de Freddy Santamaría conjunta el decir y el mostrar. Dice con mucho cuidado y con ello muestra abundantemente los contenidos filosóficos que le interesan. Al decir muestra, los cual es el ideal máximo en la vertiente Wittgensteiniana (Santamaría, 2016, p. 22). 

Puedo concluir, entonces, afirmando que la investigación de Santamaría presentada en su libro: Hacer mundos: el nombrar y la significatividad —como lo expuso el profesor Tomasini cuando la presentó— es un valioso aporte en el campo de la analítica, en la medida en que se presenta un buen análisis del lenguaje, con nuevas y aventuradas interpretaciones, un buen inicio para abrir el camino en este tipo de estudios. Aclaro también, que tomo distancia de Tomasini (2017), en la medida en que en su presentación y reseña de la obra afirma que este libro es un buen intento, más no logra hacer filosofía analítica, llegando a afirmaciones como “es una obra no analítica”, pues para el autor hay interpretaciones “amañadas” sobre la obra de Wittgenstein, por parte del autor, interpretaciones, que Tomasini anuncia, pero no expone de manera puntual. De acuerdo con lo anterior, coincido con Beuchot, cuando sostiene que el trabajo sí representa no solo un análisis de autores, sino un aporte propio enmarcado en el campo de la filosofía analítica, aporte que ha de ser de gran utilidad para quienes nos interesamos por esta forma de hacer filosofía. 

Referencias

Evans, G. (1982). Varieties of Reference. Oxford: Oxford University Press.
Santamaría, F. (2016). Hacer mundos. El nombrar y la significatividad. Bogotá: Siglo del hombre editores; Universidad Santo Tomás & Universidad Pontificia Bolivariana. Bogotá
Tomasini, A. (1999). ¿Qué fue la filosofía analítica? Revista Analogía: año XIII, No. 2. 
Tomasini, A. (2017). Reseña: Hacer mundos. El nombrar y la significatividad. Ideas y valores. Vol. Lxvi, No 163. Universidad Nacional: Bogotá.

Angélica María Rodríguez Ortiz 
(Universidad Autónoma de Manizales)

Estas palabras de Searle fueron en un encuentro en Berkeley en abril del 2015.  

Tomado de Daimon Revista Internacional de Filosofía

 

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