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Crónicas de libros: Sueño Blanco

"Crónicas de libros”, será un espacio en el que hablaremos de la alegría, el desacuerdo, la nostalgia y todas las emociones que nos despiertan los libros. ¡Bienvenidos al blog de la Librería Siglo del Hombre!

Crónicas de libros: Sueño Blanco

Entrada #1

Por: Felipe Grismaldo. Librero y Administrador, Librería Siglo de Hombre, sede La Candelaria

martes, diciembre 5, 2017

La primera vez que supe de Sueño blanco fue por la organización de una Feria del Libro en Cali, el año pasado. Al parecer, so pretexto de la feria, la organización que la promovía iba a premiar una novela inédita. El jurado tenía un buen nivel, y el ganador fue un escritor de Medellín. Miguel Botero García retrataba, según los medios en palabras del jurado, a “una generación desesperanzada, presa de las drogas y la violencia” (nota de prensa El País de Cali, 10 de agosto 2016). Una nota de Semana (8 de noviembre 2016), no sé si más mojigata, hablaba de una novela sobre la relación de un adolescente con su novia, y de ciertas amenazas (drogas, violencia y desapariciones forzadas). La mención de estos contenidos, a decir verdad, no me resultaba interesante. ¿Qué más se puede decir sobre esos temas, si acaso una novela quiere resaltarlos? Me mantenía escéptico. Entonces, tiempo después, hallé la perfecta excusa para leerla (y no juzgarla)…

A veces creo que la gente, por jugar a vender, deja de vender. Estos temas, al parecer tan exóticos (pero que sinceramente no tienen nada del otro mundo) pueden no ser atractivos para un público que solo explora nuevas formas de narrar. A veces no es el contenido, sino la forma (aunque, claro, es difícil hablar de la forma). Y a veces son ambos, aunque si uno solo busca lo segundo no es fácil darse cuenta. Yo no me di cuenta, al menos al principio. Me interesaba ver qué interés provocaba en mí la escritura de este autor. Como era un chico narrando parte de su vida, busqué el lenguaje de un chico, pero no lo noté al principio. Decidí avanzar. El chico bebe y fuma desde muy pequeño (¿y por qué solo hablaban de drogas en las notas de prensa?), conoce a alguien (le gusta alguien), y así la historia va avanzando, con esos detalles tan especiales como acercarte a alguien que te gusta, o salir con los amigos, probar el alcohol, el cigarrillo, la marihuana (por fin aparecen las tales drogas) y abusar un poco de todo eso y otras cosas.

El escenario es el Medellín de los noventa, y no hay que ser sabios, ni prejuiciosos, para reconocer el contexto de violencia. Allí vive el chico, allí pasa su juventud como un muchacho con ciertos intereses (el fútbol, el alcohol, la chica) pero sin ninguna expectativa. Tampoco la ha tenido fácil para hacerse alguna. La violencia está por los laditos, y si bien se la encuentra unas cuatro o cinco veces, solo logra trastornar su vida cuando el amor está en el medio. Quizás solo sea eso último lo que más lo afecte, y quizás la violencia solo sea circunstancial, parte del escenario, un pretexto literario para el dolor.

Este lugar de la violencia me llama mucho la atención: no se impone, solo está. Tal vez luego acabe con todo, pero de golpe si la ausencia no impidiera hacer catarsis, seguro seguiría con su papel circunstancial. Es en esto donde encuentro cierto grado de empatía. Como el chico, la violencia en los noventa hizo parte de mi vida (y de la vida de muchas personas que crecieron en los noventa), pero así, como algo que ocurre, que está y que te puede arrollar. Que se cruza con ciertas experiencias vitales, y que quizás por eso se logra convertir en algo aterrador. Luego está el alcohol, el gusto por una chica, ir a algún concierto, las bandas, la música, y los estudios que, de alguna forma, nunca convencen. Y esos diálogos entramados en la historia que por fin me dejan ver a un chico. Sin notarlo, aparecen como una la narración y su contenido. En este punto la empatía ya ha crecido. Es una vida que pasa, que crece, que abusa, que quiere, y que ocurre en un contexto complicado y que se complica mucho más, que se padece y que nos marca. Quizás cuando el jurado habló de “retrato” no se equivocaba: guardadas las proporciones, me retrató.  

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