Tras la entrada de las tropas de Franco en Madrid, la ciudad que había sido el símbolo de la resistencia, con su emblemático No pasarán, se convirtió en una auténtica ratonera. Las detenciones se produjeron de manera indiscriminada: cualquier vecino, compañero de trabajo, o persona que se hubiera sentido agraviada podía formular una denuncia y provocar una detención. Haber insultado a los fascistas, gritado contra los aviones que bombardearon la capital, votado al Frente Popular o simplemente —en el caso de las mujeres— ser madre, esposa, hija o novia de militante, bastó para ser detenida, interrogada, a menudo torturada, juzgada y condenada a muerte.