González fue un jurisconsulto en lo económico y en lo político, inicialmente sectario y luego moderado cuando criticó a sus contemporáneos granadinos al catalogarlos como -los soñadores políticos de la escuela radical-; defensor del librecambismo, convencido del cristianismo puro, no del catolicismo y anticlerical consumado, demostrando su antipatía hacia la Compañía de Jesús. Con algunas de sus decisiones administrativas contribuyó al proceso secular contra los intereses patrimoniales eclesiásticos y a su idea de someter el culto únicamente a una actividad privada ajena a la protección del Estado.