La pregunta «-qué es el hombre?» acompaña al pensador filosófico desde los primeros escarceos intelectuales en la vieja Grecia hasta nuestros días, sin que pueda decirse que haya una que quepa reputar de definitiva y ni siquiera de preferente o descollante. Por ello, un libro como el presente debe arrancar de la idea de que no va a encontrar la solución, tanto porque un enigma que se resuelve no es un verdadero enigma, como porque el cometido de la filosofía no es encontrar explicación de lo inexplicable, sino a lo sumo enfrentar los problemas insolubles con la «serena desesperación» del que sabe que está hollando un terreno que no puede dominar.