«Nunca envíes a la mesa un muslo de ave», recomendaba Swift a la cocinera en Instrucciones a los sirvientes, «mientras haya un perro o gato en la casa a los que se pueda acusar de haber huido con él». Hasta ahí, todo bien; razonable y plácidamente subversivo, pero en la siguiente frase la lógica de Swift se desboca de forma maravillosa. «Si no hay ni uno ni otro, debes culpar a las ratas o a un extraño galgo». El extraño galgo, con la ayuda de las ratas, aparece para arrancar la frase de las aburridas y encomiables fauces de la sátira y tragársela en un festín de misterio y disparate.