La ley no parece asemejarse a una canción. Se presenta poco melodiosa. Sus párrafos barrocos conjugados en subjuntivo tienen poco sentido lírico. Cargante, cacareada, castrante, con sonidos cortantes: he ahí la ley. Sin embargo, hubo juristas que, al igual que los poetas, mintieron demasiado. Se inventaron las leyes, incluso las más sagradas y antiguas. Otros, como Solón, cantaron la ley para evitar conculcarla. Los juristas literarios la adornaron con brillos irisados y colosales puertas que la ocultaban. Pero incluso aquellos juristas reconocidos por su asepsia y acribia emplearon tropos poéticos y nos hablan de una ciencia jurídica -pura- o de sistemas que se -irritan-.