La prosperidad económica ha convertido el espacio europeo en un destino preferente para la inmigración. Ciudadanos de todo el mundo albergan la esperanza de una vida mejor dentro de nuestras fronteras. Las instituciones europeas y nacionales tratan de ordenar los flujos migratorios, equilibrando la tensión existente entre la necesidad de recibir inmigrantes para garantizar el crecimiento económico y mantener los sistemas de Seguridad Social, por un lado, y la posible fractura de la cohesión social y las estructuras del bienestar derivadas de una inmigración en masa descontrolada, por otro.