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Las neuronas de Dios

Diego Golombek es profesor en la U. Nacional de Quilmes e investigador principal del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y acaba de lanzar su libro Las neuronas de Dios (Siglo XXI Editores).

Las neuronas de Dios

El biólogo argentino Diego Golombek habla del funcionamiento de nuestro cerebro en los momentos de oración y experiencias místicas.

Por: Steven Navarrete Cardona

lunes, mayo 25, 2015

Diego Golombek es profesor en la U. Nacional de Quilmes e investigador principal del Conicet ( Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en la Argentina y acaba de lanzar su libro Las neuronas de Dios (Siglo XXI Editores). En diálogo con El Espectador explica cómo se relacionan el cerebro y la ciencia desde una perspectiva que busca comprender —mas no confrontar— científicamente el fenómeno religioso.

Usted habla de la neurociencia de la religión. Cuéntenos de qué se trata.

Soy biólogo y me ocupo de la neurociencia. Está clarísimo que para la enorme mayoría de las personas, la religión es algo muy cotidiano y muy íntimo, que los acompaña a diario. Uno podría pensar que esto es un fenómeno cultural y social que está relacionado con cada época y cultura. De hecho también es así, pero al ser tan universal, un biólogo está obligado a preguntarse si existe algo más, si hay un fenómeno biológico subyacente a las creencias.

¿Y existe evidencia biológica de las creencias?

Sí, como un fenómeno innato, natural, y no únicamente cultural y ambiental como comúnmente se piensa. Dichas evidencias dicen que existen áreas del cerebro que se activan cuando las personas tienen experiencias místicas o rezan de forma repetitiva. Además, dichas áreas se pueden activar de forma patológica.

Háblenos de un ejemplo específico.

En ciertos episodios de epilepsia se generan este tipo de fenómenos de religiosidad. Los grandes místicos de la historia probablemente han sido epilépticos; Juana de Arco, el indio mexicano Juan Diego, la monja Hildegarda, si uno lee atentamente lo que les pasaba, posiblemente tenían algún tipo de epilepsia en áreas del cerebro que tienen que ver con los fenómenos místicos.

¿Existen evidencias genéticas de las creencias?

Tenues pero sólidas, que sugieren el carácter hereditario de la creencia. Por ejemplo, en gemelos idénticos, aunque estén separados durante la crianza, si alguno de ellos tiene propensión a la creencia, es más probable que el otro tenga la creencia a que no la tenga. Otras evidencias provienen de psicofármacos que generan experiencias místicas. Es por todo esto que metafóricamente hablo de las “neuronas de Dios”, refiriéndome a las partes del cerebro que tiene que ver con las creencias y la religión.

En ese sentido, ¿está afirmando que las personas son genéticamente propensas a creer en Dios?

Si metemos a Dios en el medio ya estamos hablando de una cuestión de religión. Posiblemente si en tu familia son religiosos, tú también lo vas a ser, pero no por una cuestión genética, sino por una cuestión cultural. La propensión a creer en lo sobrenatural es genética y seguramente nos acompaña desde los comienzos de la humanidad como un seguro evolutivo: “por las dudas creamos que hay algo más para salir corriendo si es necesario”. Además, la creencia nos ayuda a mitigar grandes angustias existenciales por la muerte y lo desconocido, que siempre han agobiado al ser humano.

¿Qué tanto toma en serio la ciencia las experiencias religiosas?

Siempre tendemos a desdeñar este tipo de experiencias, pensamos que quienes las experimentan están un poco locos, pero la gente efectivamente ve esas cosas. Una persona que tiene una experiencia mística, la tiene de verdad, para esa persona esa experiencia es real. Por supuesto, desde una perspectiva científica uno no puede aceptar presencias sobrenaturales, la ciencia se basa en lo natural. Sin embargo, dado que para esas personas en ese momento es algo real y aparece en su cerebro, la ciencia tiene la obligación de tratar de explicar qué está sucediendo en su cerebro.

¿Cómo se relacionan las alucinaciones con el cerebro?

Lo que entendemos ahora es que esas visiones místicas se relacionan con la activación de áreas del cerebro corticales, o sea de la corteza, de la parte más nueva del cerebro, en particular del área de la corteza temporal, que para orientarnos está cerca de la oreja, y también de áreas que tienen que ver con el circuito de recompensa y placer. Incluso, cuando alguien reza se activan las aéreas del cerebro que tienen que ver con las habilidades sociales, con la conversación.

Usted habla de un cerebro creyente, ¿tiene algo que ver con la química cerebral?

El cerebro fabrica canabinoides y opioides endógenos, parecidos a las drogas recreativas o a las pastillas que se usan para dormir. Obviamente no actúan en todo el sistema nervioso sino en lugares específicos para que se enciendan alucinaciones místicas. Lo fascinante es que para que esto ocurra debe tener lugar en un ambiente ritualista, con cantos devocionales, con música, con un maestro. Por ejemplo, si uno toma peyote o ayahuasca, el tipo de fármacos que se suelen utilizar en las culturas originarias de América Latina para llegar a fenómenos místicos, pero lo toma solo y sin conocer de qué se trata, la va a pasar muy mal.

¿Existe diferencia entre una experiencia mística producida por fármacos y una experiencia religiosa en el cerebro?

No necesariamente. El sustrato es el mismo frente a una experiencia mística natural o a una farmacológica. ¿Cuál es la diferencia?, que un fármaco tenga un efecto sobre el cerebro quiere decir que algo están reconociendo las células, que las neuronas son estimuladas a través de receptores a ese fármaco y responden en consecuencia. Allí viene otra pregunta: ¿Por qué tenemos receptores para drogas? Para la nicotina del cigarrillo, para la marihuana, suena raro que dichas sensaciones que producen las drogas sólo hubieran aparecido cuando los chinos se encontraron el opio.

Tomado del Periódico el Espectador

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