Edimburgo, (1850-1894). Robert Louis Stevenson, licenciado en derecho y escritor, fue uno de los exponentes más claros de la llamada novela-narración y del romance por excelencia. Su delicado estado de salud le llevó a viajar continuamente buscando climas favorables para sus pulmones enfermos, por lo que sus primeros relatos fueron, básicamente, una descripción de estas travesías. Su popularidad como escritor se fraguó gracias a los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecían contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se servía del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, Stevenson dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables.
(Boston, 1809-Baltimore, 1849) vivió una vida marcada por la necesidad y la desgracia: huérfano desde muy pequeño, escritor profesional con constantes altibajos económicos, viudo tras el fallecimiento de su joven esposa, su prima Virginia Clemm. Pero su obra sentó las bases de la literatura del futuro. Si el genio es la capacidad de «crear un tópico nuevo», como afirmaba Baudelaire (que lo tradujo y vivió poseído por este «escritor de los nervios»), de Poe surgen las reglas más fecundas de la literatura moderna. Por ejemplo, las del flaneurismo y el individuo perdido entre las masas de las ciudades. O las del cuento de terror psicológico, del que fue maestro en piezas célebres como «La caída de la Casa Usher» o «El corazón delator». O los elementos que definen el género policíaco, con las historias protagonizadas por Auguste Dupin, el primer detective. Poe fijó incluso las claves de una poesía moderna, urbana y «desromantizada» que da pie a las vanguardias del siglo XX y llevó a Stéphane Mallarmé a definirlo como «el dios intelectual de su siglo». Su muerte, con apenas cuarenta años de edad (¿alcoholismo?, ¿sobredosis?, ¿suicidio?), sigue siendo un misterio.