Los humanos somos seres extraordinarios, superiores por nuestra excelencia e intelecto, según se dice. La mayoría de nosotros somos conscientes de ello y hasta lo naturalizamos. La supremacía humana ha dominado el mundo: somos los que se encuentran en frente del recorrido de la vida, los facilitados, los ventajosos. Sin embargo, muy pocas veces aceptamos nuestros defectos. Esta obra intenta demostrar esa parte vulnerable que muchas veces intentamos ocultar, aunque sin éxito alguno. Tememos a lo incierto, pecamos y nos castigamos por ello, nos aburrimos de nosotros mismos y, por sobre todas las cosas, nos reprochamos. Muchas veces estamos gobernados por lo que sentimos, actuamos por impulso y dejamos que nuestras pasiones tomen el control. El amor, los vínculos, las pérdidas, la duda e incluso nuestra propia arrogancia rompen con la frialdad de un mundo calculador para traer una calidez dolorosa pero necesaria. Los sentimientos intervienen para transformar el mundo de acero en un mundo de cristal. Sin calidez, los humanos perdemos el equilibrio y, por ende, nos congelamos.