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Hay un hombre en mi ventana

Hay un hombre en mi ventana

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En su libro, Los no lugares, Espacios del anonimato; el antropólogo francés Marc Augé señala los hoteles como meros espacios de tránsito. Su existencia se concibe efímera y pocas veces memorable; carecen, lo señala, de suficiente importancia en nuestra experiencia: se construyeron para el paso rápido, para facilitar la pronta y expedita circulación y propiciar, también, el contacto fugaz y, muchas veces anónimo, con los otros. Los hoteles, en oposición a los lugares históricos y vitales que nos personalizan y aportan identidad, parecen estar de nidos, casi exclusivamente, por el pasar de los individuos. Por el pasar, trágico, horroroso y violento de los individuos podrían precisar, y torcer hasta casi el punto de la ruptura, las páginas de Jonathan Molina.Hay, en el incierto y esquivo poblado de Nürt-Ürkt, un hotelito maldito y su existencia, contrario a lo que aseguraba Augé, dista de ser olvidable. Detrás de sus puertas de cristal, de su contradictoria, pero atractiva modernidad, aguardan habitaciones repletas de monstruos; y no me refiero, es fácil despertar con la etiqueta el morbo, a los que las pantallas en los últimos años han sabido definir con extrema facilidad. Los malvados inquilinos del Hotel de la Mora son extremadamente movedizos y cambian, ¡malhaya!, con cada brinco de párrafo. Si nos anticipaban una marcada distorsión de la identidad en estos no lugares, Molina, infernal e insaciable, da un paso más allá: alevoso, como estoy seguro, deben ser los que acepten abrir sus puertas y ofrecer en mitad de la noche habitaciones a completos desconocidos, juega con nosotros. Las víctimas y testigos, los curiosos que quedan atrapados en las terribles e insalvables circunstancias, no lo son tanto; y los reflejos, las sombras que aguardan al otro lado del cristal, los murmullos que se arrastran inquietos bajo nuestra cama, son apenas el irremediable principio.Hay un hombre en mi ventana, colección de diez breves pero perturbadores relatos, cuenta a su favor con una ventaja fundamental: la empatía y atención que, como curiosos lectores, nos vemos obligados a prodigar. Queramos o no, ganen o pierdan irremediablemente nuestra confianza, son los huéspedes de este ominoso hotel los únicos que abren para nosotros este inquietante recorrido: el universo de Nürt-Ürkt resuena asombroso, mítico, y despierta la duda, irremediable, de algo ya visitado; quizá en un sueño, con más seguridad en una oscura pero borrosa pesadilla.¿Qué hay más allá?, queremos descifrar entre líneas, entre las palabras que susurran los amantes inesperados. ¿Por qué su destino, a veces próximo, a veces imposible, nos intriga con tanta facilidad? Y su portal inmediato no ejerce tampoco una fascinación menor: con esos pasillos de mármol, con esos cinco misterio-sos teléfonos rojos, gerente y recepcionista nos hacen inclinar confundidos, alertas, la cabeza. Y así, este espacio de aparente encuentro breve rompe las reglas: los cuentos, que bien podrían leerse de manera independiente, relatan en su conjunto una suerte de historia secreta. Su presencia, como en un mapa perverso que se va desdibujando a medida que avanzamos, termina por alterar nuestras sólidas certezas. Las historias, caeremos en la cuenta demasiado tarde, juegan con nuestra percepción: nos hacen volver y atender, con una pizca de inquietud, a las pistas que, entonces, no atendimos.Los hoteles, advierte el académico francés, nos despersonalizan y pasa la identidad del viajante al plano, llano, de lo artificial: somos la austera firma en recepción, la tarjeta que abre la puerta de nuestra habitación; o la llamada que, desesperada, solicita auxilio. Anónimas, las muertes que esconde el Hotel de la Mora se quedan, sin embargo, con nosotros: aguardando a que, descuidados, abramos las maletas y apaguemos, vulnerables, la luz

En su libro, Los no lugares, Espacios del anonimato; el antropólogo francés Marc Augé señala los hoteles como meros espacios de tránsito. Su existencia se concibe efímera y pocas veces memorable; carecen, lo señala, de suficiente importancia en nuestra experiencia: se construyeron para el paso rápido, para facilitar la pronta y expedita circulación y propiciar, también, el contacto fugaz y, muchas veces anónimo, con los otros. Los hoteles, en oposición a los lugares históricos y vitales que nos personalizan y aportan identidad, parecen estar de nidos, casi exclusivamente, por el pasar de los individuos. Por el pasar, trágico, horroroso y violento de los individuos podrían precisar, y torcer hasta casi el punto de la ruptura, las páginas de Jonathan Molina.Hay, en el incierto y esquivo poblado de Nürt-Ürkt, un hotelito maldito y su existencia, contrario a lo que aseguraba Augé, dista de ser olvidable. Detrás de sus puertas de cristal, de su contradictoria, pero atractiva modernidad, aguardan habitaciones repletas de monstruos; y no me refiero, es fácil despertar con la etiqueta el morbo, a los que las pantallas en los últimos años han sabido definir con extrema facilidad. Los malvados inquilinos del Hotel de la Mora son extremadamente movedizos y cambian, ¡malhaya!, con cada brinco de párrafo. Si nos anticipaban una marcada distorsión de la identidad en estos no lugares, Molina, infernal e insaciable, da un paso más allá: alevoso, como estoy seguro, deben ser los que acepten abrir sus puertas y ofrecer en mitad de la noche habitaciones a completos desconocidos, juega con nosotros. Las víctimas y testigos, los curiosos que quedan atrapados en las terribles e insalvables circunstancias, no lo son tanto; y los reflejos, las sombras que aguardan al otro lado del cristal, los murmullos que se arrastran inquietos bajo nuestra cama, son apenas el irremediable principio.Hay un hombre en mi ventana, colección de diez breves pero perturbadores relatos, cuenta a su favor con una ventaja fundamental: la empatía y atención que, como curiosos lectores, nos vemos obligados a prodigar. Queramos o no, ganen o pierdan irremediablemente nuestra confianza, son los huéspedes de este ominoso hotel los únicos que abren para nosotros este inquietante recorrido: el universo de Nürt-Ürkt resuena asombroso, mítico, y despierta la duda, irremediable, de algo ya visitado; quizá en un sueño, con más seguridad en una oscura pero borrosa pesadilla.¿Qué hay más allá?, queremos descifrar entre líneas, entre las palabras que susurran los amantes inesperados. ¿Por qué su destino, a veces próximo, a veces imposible, nos intriga con tanta facilidad? Y su portal inmediato no ejerce tampoco una fascinación menor: con esos pasillos de mármol, con esos cinco misterio-sos teléfonos rojos, gerente y recepcionista nos hacen inclinar confundidos, alertas, la cabeza. Y así, este espacio de aparente encuentro breve rompe las reglas: los cuentos, que bien podrían leerse de manera independiente, relatan en su conjunto una suerte de historia secreta. Su presencia, como en un mapa perverso que se va desdibujando a medida que avanzamos, termina por alterar nuestras sólidas certezas. Las historias, caeremos en la cuenta demasiado tarde, juegan con nuestra percepción: nos hacen volver y atender, con una pizca de inquietud, a las pistas que, entonces, no atendimos.Los hoteles, advierte el académico francés, nos despersonalizan y pasa la identidad del viajante al plano, llano, de lo artificial: somos la austera firma en recepción, la tarjeta que abre la puerta de nuestra habitación; o la llamada que, desesperada, solicita auxilio. Anónimas, las muertes que esconde el Hotel de la Mora se quedan, sin embargo, con nosotros: aguardando a que, descuidados, abramos las maletas y apaguemos, vulnerables, la luz
  • Isbn
    9786079862220
  • Peso
    0.09 kg.
  • Tamaño
    12 x 18 cm.
  • Número de páginas
    92
  • Idioma
    Español
  • Referencia
    POD30936