Fruta hendia responde al "invisible ritual / de invertir el infortunio". En ella se cruzan el tiempo y sus desgastes pero, aun sabiendo de la condición ficticia de todos los bodegones (como el hermasísimo de Fernando Adam que sirve de portada), se procede desde lo sdesvaído, lo ausente-el cuerpo que no está: metominia de la s formas plenas del vestido blanco-, lo que es solo mema pero nunca renuncia al fulgor: las palabras descienden hasta el centro mismo de su color intacto.No se marchitan, no hay circustancia espantosa de la vida o del país que pueda con su carbunclo de fructosa. Este libro conoce bien lo trabado, lo arisco y desabrido: en el tratamiento personal de los signos de puntuación, en el empleo del guión para unir lo que de otro modo no podría vincularse, como el hombro y las alas, o la columna vertebral y el esternón (casi del mismo modo en el que están, en la fruta, la semilla y carne; aspereza y posibilidad de plenitud); en cierta sintaxis descoyuntada, en las sorprendentes sinestesias, en varios neologísmos y en el escatimado de lo ¨real¨para entrar en lo inasible, ese evanescente territorio de las nubes a las que la autora venezolana está dedicando tanto empeño poético en los últimos años.¨María Ángeles Pérez López, Universidad de Salamanca