Las personas que creen conocer a Sergio Rivero (entre las que me incluía hasta haber leído los cuentos que componen esta obra) suponen que es un hombre centrado y amable, racional y equilibrado y dueño de una cálida conversación. Pero he descubierto con asombro, al leer estas páginas, que contrario a lo que parecía, tiene una mente retorcida y proclive a la fábula, entremezclando situaciones reales con otras totalmente imaginadas, disfrazándolas de tal verosimilitud que solo pueden ser obra de alguien perverso y mentiroso, que puede asumir roles diversos según les convengan a sus relatos, de hombre o de mujer, de víctima o verdugo, antítesis que sugiere una personalidad creativa rayando en la esquizofrenia. Ante eso, solo resta tener cuidado: si los envuelve en esa telaraña que entreteje arteramente, ya no sabrán quiénes son ni en qué creer. Rene Jamin