La realidad del universo es un espectáculo de luces y sombras, de pasiones y fracasos, de vidas y muertes. En esa constelación de sucesos, el ser humano parece haber renunciado a la posibilidad de reconocer su realidad objetiva y subjetiva con entereza y así obrar en consecuencia. Muchas veces cae en la tentación de evadir la energía de sus fuerzas interiores, de subestimar su espiritualidad, de menospreciar su memoria, para dejarse llevar por el facilismo, la agresión o el abandono, sin atreverse a vivir en armonía con el entorno. ¿Cómo puede contribuir la literatura en este caso? La obra literaria puede hacer perceptible el asombro no solo como un síntoma de la visión poética, sino también como una forma de estar vivo. Como consecuencia de esta inquietud, el arte ha creado una manera de representar ese fenómeno a través del lenguaje, una estrategia inverosímil, finita, ardua, pero admirable en su misión de reflejar un mundo esquivo y controvertido. Tal vez esta sea parte de la mirada reflexiva divergente, renovada, oblicua, que necesitamos cada día.