Para Elías, el mundo siempre ha sido un lugar insoportablemente ruidoso. Dotado, o quizás maldecido, con una empatía psíquica que lo ahoga en las emociones ajenas, ha vivido cada día anhelando el silencio, un respiro del cacofónico torrente de alegría, ira y desesperación que es la humanidad. Pero cuando el silencio finalmente llega, no es el alivio que siempre soñó, sino una plaga de una sutileza aterradora. Se extiende por el planeta como una mancha de aceite sobre el agua, un fenómeno global que los medios han bautizado como La Calma . No es una enfermedad violenta, sino una lenta erosión del alma; una ola de apatía que borra la pasión, la ambición y la voluntad de millones de personas, dejándolas como cascarones funcionales pero vacíos, sus ojos carentes de la chispa que los definía.