La ciudad se encuentra en una encrucijada. Es palco, escenario y actor de gran parte de nuestros actuales dilemas y posibilidades. La mayoría de las ciudades son hoy meta o incluso hiperciudades, extendidas sus influencias por vastos territorios relacionales y por las variadas escalas de cotidianeidad, de sufrimientos y de expresiones cívicas. En formas mucho más complejas pero también mucho más fascinantes de comprender y gobernarlas; más allá de viejas murallas o divisiones administrativas; de estructuras políticas y socioprofesionales corporativas; de lógicas de gobernación basadas en determinismos sencillos, en sectorialismos o en relaciones directas de causa-efecto. Entre los sesgos de la Democracia y las dudas del progreso nuevas y magníficas oportunidades de desarrollo, de justicia y de inclusión, de calidad de vida, de realización cívica? se formarán y expandirán. ¿Cómo apoyarlas y consolidarlas? Con inteligencia, estrategia y compromiso. Defendiendo principios sólidos, como el derecho a la ciudad, al hábitat, a la movilidad, a la inclusión social, al consumo sostenible, al emprendedurismo local, a la participación. Y a una ciudadanía activa, responsable y atenta. Inteligencia global, pero mucha inteligencia local. Inteligencia urbana, por tanto. Como escribió Jorge Luis Borges la ciudad nos impone el deber terrible de la esperanza.