¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo de romper con todo, de abandonar el engranaje repetitivo del trabajo diario, ese que, con el tiempo, erosiona el alma? Juan Presas, con treinta y ocho años, decide detener la rueda y destrabar la sujeción de las obligaciones que manejan el tiempo y que, en tantos aspectos, malean el humor, no solo por las circunstancias sino también porque en el equipo de trabajo no suele faltar algún ser obtuso… No tener mujer ni hijos facilita el salto, pero su decisión nace de algo más profundo: una incomodidad sorda, una pregunta sin respuesta. ¿Es esto la vida? ¿La mía? Tal vez sea una crisis el abandono de las obligaciones. O, tal vez, el primer gesto auténtico de libertad. Porque a veces, solo cuando todo se pone en duda, empieza la verdad.