¿Qué necesita la democracia? Necesita rutas que eliminen la indiferencia y que sean capaces de construir puentes de sensibilidad y ciudadanías activas
En bicicleta por la democracia: la partida
con Berg Institute
¿Podemos decir que hemos perdido la fe en la democracia? Es difícil decirlo con absoluta certeza. La mayoría de los países del mundo han establecido como sistema político configuraciones participativas de representación ciudadana por medio de votos colectivos. ¿Pero eso es todo lo que se necesita para llamarlos Estados democráticos?
Sabemos que existe la tendencia a la consolidación universal de este sistema político (Estados y sociedades democráticas), así como de un régimen económico (de libre mercado) y de ciertos valores morales (derechos humanos). Los tres están interrelacionados.
Los principios de libertad mediante la protección de los derechos humanos aseguran el ejercicio de la democracia y, por consecuente, de un Estado de derecho que refuerza así su proyecto económico de desarrollo capitalista. Se trata de lo que Hegel llama la Sociedad civil, por un lado, compuesta por el mercado y por los individuos con sus intereses privados y, por el otro, del Estado político, donde los miembros de la Sociedad civil se reúnen a tomar decisiones comunes por medio de sus instituciones. Ahora, no solo la sociedad sino también la identidad personal se ha formado a través de esta división, por un lado encontramos al individuo privado y por el otro, al ciudadano político. Esto crea una tensión en la ideología de los derechos humanos porque se supone que deben existir independientemente de cualquier sistema político, pero solo pueden ser garantizados a las personas si el Estado los reconoce como ciudadanos, como miembros legítimos del Estado político.
Así, todo proyecto de aseguramiento de los derechos humanos, como la libertad de opinión y expresión, la libertad de asociación y reunión, el derecho a participar en el gobierno, el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas y las elecciones auténticas como expresión de la voluntad popular y la base de la autoridad del poder público comunitario (1), dependen del reconocimiento de la ciudadanía por parte del Estado. Los derechos humanos no pueden garantizar su inalienabilidad o universalidad sin un marco legal y político que consolide a las personas como sus debidas portadoras. Esto es lo que Hannah Arendt expone en "Los orígenes del totalitarismo", cómo la desnacionalización se convierte en un arma totalitaria, porque remover el estatus de ciudadano de una persona es una manera de des-humanizarla y liquidarla, quitarle su ciudadanía significa quitarle sus derechos humanos. Su condición no se vuelve entonces la de no ser igual ante la ley, sino la de que no exista ley alguna para él. Por tanto, la doctrina de los derechos humanos igualitarios no hace a las personas iguales, y no porque dicen ser universales significa que se deduzcan estas leyes y derechos de un Universo que realmente no conoce ni una ni otra categoría, son algo que debe ser demandado, impuesto, puesto en vigor, por medio de las instituciones del Estado político.
Ahora, ¿qué pasa cuando el Estado político no los hace cumplir? ¿Cuando el Estado no representa los ideales de las personas del territorio, cuando la democracia se queda corta en su tarea de reflejar verdaderamente los intereses de los individuos? Ahí es que perdemos la fe en la democracia y perdemos el acceso a la garantía de nuestros derechos humanos. Ahí, es que entran las personas que han imaginado nuevas posibilidades, marcos legales, campañas educativas y acciones directas que protegen los derechos universales.
Albert Einstein dijo en una carta a su hijo Eduard en 1930 “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibrio debes seguir avanzando” y los derechos humanos son como esa bicicleta por su carácter dinámico y progresivo. Solo avanzamos si logramos garantizar su reconocimiento y efectivo ejercicio por medio de la inclusión democrática o directa en los Estados políticos. El sello editorial de Berg Institute le ha dado voz a esta lucha a través de la primera Biblioteca de Literatura y Derechos Humanos en lengua española, una especial selección de libros para la protección de los derechos y la búsqueda de aquellos quienes han dedicado su vida a su aseguramiento.
Aquí les dejamos dos recorridos en bicicleta por tres vidas excepcionales, que como la lucha por la democracia nunca pararon de pedalear por conseguir la justicia.
-Totalmente Extraoficial. Autobiografía de Raphael Lemkin Esta autobiografía da cuenta de la vida Raphael Lemkin, que se dedicó a concienciar y luchar para que existiera un marco legal internacional que sancionara el crimen de “genocidio”. «Se afirmó que los nazis estaban cometiendo “un crimen sin nombre”, las atrocidades perpetradas no tenían una palabra. Lemkin se comprometió a conceptualizar la persecución y destrucción de grupos nacionales, raciales, étnicos y religiosos, acuñó así en 1943 el neologismo genocidio» Ojear el libro |
-Memorias En esta autobiografía dual, Beate y Serge Klarsfeld cuentan cómo han perseguido, confrontado y expuesto a criminales de guerra Nazis por más de cincuenta años. «Serge y Beate Klarsfeld abrieron una vía inédita en la revolución perenne e inacabada de los Derechos Humanos, una vía que situó a las víctimas y su memoria en el centro del discurso político, jurídico y social. » Ojear el libro |
En el capítulo de Cartografías Editoriales del miércoles 9 de marzo invitamos a nuestro amigo Joaquín González Ibáñez, co-director del Berg Institute. Joaquín es Doctor en Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Y es Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Alfonso X el Sabio.
¿Nos acompañan? Hoy a las 8:00 p.m. por la HJUT 106.9 FM Bogotá o pueden conectarse online AQUI
Estas son las canciones que acompañan esta ruta editorial...
-Vivir para vivir, Serrat
-Hermana duda, Jorge Drexler
Puedes escucharlas todas en nuestra playlist de Spotify Para echar en el equipaje