"Cuando la inteligencia artificial sea autónoma, muy seguramente ni siquiera serviremos de mascotas"
“Acaso no haya territorios libres, pero sí acciones libres”
Entrevista a Julián Serna Arango
El mundo en entredicho. Un pensar sin ataduras (Abada) es un dispositivo poético y político. Con estilo fragmentario, su autor, el filósofo Julián Serna Arango (Bogotá, 1953), reflexiona provocativa y humorísticamente sobre algunas cuestiones actuales como el “capitalismo reptil” o “analfabetismo emocional” y otros asuntos de corte clásico, como el tiempo o el libre albedrío. Atentos porque “no habrá próxima vez”: “Esa mañana, el relojero se negó a dar cuerda al cosmos”.
¿Hasta qué punto se puede pensar sin ataduras?
Hasta el límite de nuestras incompetencias.
¿Qué es lo peor de vivir y en qué nos ayuda el “reptil que todos llevamos dentro”?
Lo peor, me remito a Buda, sería el sufrimiento. Si me preguntaras por lo mejor, diría que depende, y no podemos por menos que admitir que el reptil suele ser útil para la supervivencia, que aporta la fuerza, el vigor, la energía, y eso está bien, pero también es peligroso, sobre todo cuando quiere salir adelante sin importarle las implicaciones, las consecuencias, como ocurre a menudo.
¿Cuándo se agradece “una dosis de entropía” en algunos ámbitos de la vida y en cuáles conviene tenerla?
Destapiar el futuro es una necesidad antropológica. El carnaval en las antiguas culturas lo hacía posible. La universidad debería emularlo, pero no necesariamente lo hace. Como aprendimos en la infancia, si queremos hacer algo mejor, conviene, no siempre, por supuesto, desbaratar, liberarnos, reiniciar, sobre todo en el mundo intelectual. La ironía es cómplice de semejante fin.
¿Por qué la tecnología, “por su propia inercia”, produce civilizaciones suicidas?
Cuando la inteligencia artificial sea autónoma, muy seguramente ni siquiera serviremos de mascotas. También compiten por el apocalipsis el cambio climático, la guerra nuclear, las pandemias que la deforestación induce, el fin del secreto que auguran las nuevas tecnologías, en fin, la lista es larga y no pretendemos ser exhaustivos. El relevo del bienestar por el crecimiento como finalidad de la economía estaría detrás, la razón al servicio del reptil también. Y el golem, un temor ancestral, lo prevé.
Muchas de estas reflexiones están tiznadas de humor. Vivimos en un momento histórico que lo proscribe. ¿Eso es síntoma de que la caída de la civilización está próxima?
El futuro es plural, el tiempo, en zigzag, no es fácil predecir, menos ahora que el mundo nos toma por sorpresa a diario. Otra cosa es el humor. Lo importante no es decir las cosas, sino llegar al otro, provocar efectos en el otro, y la recuperación de la unidad perdida entre el saber y el placer sería el camino.
Si “la publicidad crea al hombre”, ¿cuánto de originario, de auténtico hay en cada identidad?
Aunque el hombre sea una construcción colectiva, es posible decir no, llevar la contraria, optar por la opción más débil, y justo en esa medida hacernos diferentes.
Qué el concepto de identidad haya desplazado al de otredad, ¿es una tragedia?
El verbo ser nos hace concebir las cosas, incluido el hombre, como percha de atributos. El sustantivo congela la acción, la momifica, si se quiere. De allí procede el concepto de identidad. No obstante, el verbo ser y el sustantivo no son de este mundo. Son prótesis didácticas.
¿Cómo se reconocen “los tiempos a destiempo”?
Nadie vive el tiempo del reloj. Nadie vive dos horas iguales. Transmutar el azar en ocasión es el reto que nos compete, no sea que dejemos pasar el momento. No es que la vida sea corta, sino que las oportunidades perdidas son muchas.
Si el mundo “no es lo que parece”, ¿conviene sospechar o enfundarnos de ingenuidad?
A diferencia del reptil que quiere sobrevivir y nada más, nosotros queremos muchas cosas. La lista es larga. Sobrevivir, claro está, pero también aspiramos al bienestar personal y a la cohesión social. Amor y placer, poder y dinero, seguridad y aventura, la inmortalidad de algún tipo, inclusive. En cada uno de nosotros alternan o se superponen diversos yoes de turno –el yo por defecto, de planta, es un impostor–, y en esas condiciones, es menester sospechar que las cosas no son lo que parecen a riesgo de fracasar en el intento si no lo hacemos.
“Hacer cosas porque sí nos distingue de la máquina”. El problema es que el sistema penaliza hacerlo, parece que estamos obligados a producir (nos) incluso en tiempo de ocio…
Como señalara Hakim Bey, cuando acuña el concepto “zonas temporalmente autónomas”, acaso no haya territorios libres, pero sí acciones libres, irreverentes, y en consecuencia, difícilmente predecibles. Hegel, en cambio, superpuso los conceptos de libertad y necesidad, y el individuo, en este caso, carecería de opciones, es decir, de futuro, dispondría únicamente de tiempo vegetativo. El concepto de productividad, del léxico del mercado, sería un virus economicista, inoculado en los ámbitos de la salud y la educación.
¿Qué es lo que más le asombra de este mundo y lo que le aterra?
Me aterran muchas cosas, la tramitología por ejemplo. Un laberinto en donde el primero que se pierde es el tiempo. A veces creo que Kafka es el filósofo del siglo XXI. Que sabiendo tanto como sabe el hombre en la actualidad, los peligros crezcan más rápido que las oportunidades. Que la razón sea mercenaria. Que la gratuidad se haya circunscrito, en el mejor de los casos, al ámbito familiar. Del mundo, me asombra, que las fluctuaciones del vacío cuántico hayan dado lugar al arte de la fuga de Bach.
Tomado de Contexto y Acción